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Pilar Laso

«Me traslada mi memoria a los años de las décadas cincuenta, sesenta incluso setenta del pasado siglo cuando contaba Béjar con un nutrido número de empresas textiles, por lo que no resultaba difícil acceder a un puesto de trabajo, dado que, en esta industria, desde que en ella entra el vellón recién esquilado de las ovejas, hasta terminar en tejido aprestado y acabado listo para convertirse en prendas de vestir civil o militar, pasaba por una serie de operaciones que requería cuantiosa mano de obra para, apartar y retirar impurezas de la lana, además de regenerarla,  lavar, tintar y mediante máquinas transformarla en hilo y urdir, en canillar, atar, reparar, tejer, zurzir, lavar de nuevo, tender, llegado el caso abatanar, etc., etc. Todo esto llevado a cabo por operarios especializados en cada uno de estos cometidos; las nuevas tecnologías y cambios sociales redujeron este largo proceso, de ahí la falta de trabajo de la que adolece la ciudad de Béjar.

A mis dieciséis años pasé a formar parte de aquel amplio grupo del textil en la sección de zurzido de la tradicional empresa «Navahonda», recinto que me impactó por su considerable dimensión y el tono oscuro que de él emanaba, allí se fabricaba mayormente para la «Armada Española» y de ahí su permanente color azul marino, más adelante también se tejieron otras novedades y allí aprendí a dar mis primeras puntadas, desde ese momento me entusiasmó ese oficio.

En el año 1963 subvencionado por el «Fondo Nacional de Protección al Trabajo» se impartieron unos cursos de «Formación Profesional» desde junio a septiembre en la antes llamada Escuela de Peritos Industriales, hoy Instituto Río Cuerpo de Hombre que, además de enseñar a zurzir a mujeres y a tejer a hombres (tampoco entonces el trabajo era unisex) percibimos cada mes, el importe de sesenta pesetas diarias, paga, que en aquel momento a nivel nacional se debatió y aprobó como salario mínimo interprofesional. Intuí que con este curso podía ampliar mi escaso conocimiento del zurzido, nunca aprendido del todo, ya que los dibujos de los tejidos estaban en constante innovación. Solicité permios donde trabajaba e inmediatamente me lo concedieron con una condición: al terminar el curso debería volver a ocupar mi puesto de trabajo.

Treinta y dos mujeres accedimos a dicho curso, repartidas en dos grupos de dieciséis, con su respectiva maestra cada uno, recibíamos, por las mañanas durante cuatro horas, sendas nociones y práctica de zurzido bajo la experta mano de Beba Frías, quien lideró el grupo al que pertenecí; una hora cada tarde, Don Juan Anaya, Perito Textil, nos iniciaba en la compleja teoría de los dibujos en los tejidos, y otra hora más diaria, Don Cristino Bueno nos hacía conocedores y llegado el momento, partícipes de los deberes y derechos del trabajador.

Al término de este aprendizaje, recibí, agradecida, tres mil pesetas en metálico, premio que el Fondo Nacional destinó al alumno más aventajado.

De algunas empresas me llegaron ofertas como maestra de zurzido que rehusé por volver a mi anterior puesto de trabajo y así saldar mi palabra dada -entonces una palabra dada, contraía un compromiso a cumplir-.

Pasados los años, a requerimiento de Don Manual A. Monteserín, director del Instituto Río Cuerpo de Hombre, volví al mismo aula de dicha escuela donde aprendí a zurzir, para ofrecer a los jóvenes que en ese momento estudiaban Textil, una somera visión un tanto rudimentaria y artesanal del zurzido. Sentadas a una mesa con tablero inclinado, provistas de pinza, tijera, aguja y dedal, las zurzidoras repasaban las jergas -nombre este, dado a la tela recién tejida- y reparaban los posibles fallos ocasionados en el telar como, faltas de pasadas o urdimbre, cambios de hilos, alteración del tejido llamado «pata de gallina», algún roto o jirón, etc. Para zurzir se precisaban agujas con punta roma o con una diminuta bola en su extremo; no en todas las empresas disponían de ellas y se recurría a una superficie dura y a ser posible rugosa para raspar sobre ella la aguja hasta eliminar su punta y pulirla para que al zurzir no «mordiera» los hilos contiguos; tomando con ambas manos de una determinada manera aguja y telar, y conociendo el dibujo de esta, quedaban perfectamente subsanadas las averías, así, como prendas de vestir deterioradas por una quemadura de cigarro por roce o apolilladas.

A groso modo esta es mi experiencia en el Textil que durante veintiocho años de vida laboral, darían para mucho más, sin olvidar que las zurzidoras tenían su propia fiesta, el día 13 de Diciembre, Santa Lucía patrona de este gremio, de modistas y otros más; en algunas empresas les regalaban ese día celebrándolo con una comida y lo que se terciara, las demás, al salir del trabajo lo festejaban con un chocolate.

Firmado: Pilar.»

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